Pictadura 4

Claudia subió al avión. No lo ha hecho segura de si misma, pero finalmente lo ha hecho. Una vez dentro encontró lo típico de los aviones. Un largo pasillo con asientos a ambos lados. Todo vacío, ni un alma ocupando los asientos, ni un alma a lo largo del pasillo. Claudia camina lentamente hasta andar unos metros en el pasillo.

Todo está limpio y perfecto. Atrás quedó la habitación blanca manchada de sangre. Ahora Claudia se encuentra en un pequeño avión a punto de despegar. Puede sentir los motores preparados para acelerar y hacer elevarse a ese gran objeto por los aires. «¿Tendré que abrocharme el cinturón?», pensaba Claudia mientras miraba los asientos sin esperar encontrar nada, tan sólo echando un vistazo a ambos lados, a izquierda y derecha.

– No te preocupes. Me acompañarás en la parte delantera, en la cabina -dijo la voz de un chico.

Claudia se giro y pudo ver al chico que anteriormente le había llamado. Había abierto la puerta de la cabina y ahí estaba, uniforma e invitándola a entrar. Se sorprendió al ver que ese chico no era como ella esperaba. Bastante joven para saber pilotar un avión. Claudia recordaba que un comandante de vuelo debía pasar más de mil horas de vuelo para poder llegar a ponerse a los mandos de un avión. ¿Acaso ese chico las había pasado? Debía tener unos veinte años, tal vez veintiuno, pero en absoluto podía ser un capitán. Y sin embargo ahí estaba, manejando un avión de pasajeros. «Tal vez el capitán tenga que llegar», pensó Claudia.

– Seguramente estés pensando que dónde está el capitán -acertó el joven-, pero no le vas a encontrar. Yo he venido hasta aquí volando desde Barcelona, y vamos a volver allí en cuanto menos te lo esperes. Tan sólo necesito que vengas aquí.

Claudia obedeció y entró en la cabina. El joven, que estaba de pie, cerró la puerta a su paso. Se sentaron en los correspondientes asientos y se abrocharon sus cinturones de seguridad. Fue en ese momento cuando Claudia se fijó en la boca de ese joven chico. Llevaría un par de días sin afeitarse, y su piel era joven. Aunque Claudia estaba descolocada frente a lo que estaba viviendo no pudo evitar sentir un pequeño calor en su estómago. Apartó su mirada para evitar ser descubierta (aunque el chico estaba más atento de los controles del avión que de su nueva compañera).

Claudia miró al frente y observó el escenario. Un gran desierto, infinito, sin horizonte claramente delimitado: una gran nube de arena y polvo se paseaba a lo lejos, difuminando los contornos de lo que allí había. A su izquierda quedaba el edificio blanco, a su derecha más desierto.

– ¿No deberías cerrar la puerta de embarque? -dijo Claudia.

– Tranquila, es tan fácil como hacer esto -y acto seguido el joven dio una palmada. En cuestión de segundo pudo oírse el ruido de cómo la puerta de embarque se cerraba-. ¿Ves? No ha sido tan difícil -dijo el chico sonriendo. Claudia trató de asomarse para comprobar qué había sucedido, pero el cinturón de seguridad se lo impedía.

– ¿Cómo lo has hecho?

– Magia -dijo el chico sin dar importancia a sus propias palabras-, ahora necesito que te acomodes sobre el asiento y compruebes que el cinturón de seguridad va bien puesto. Vamos a despegar.

– De acuerdo, pero… ¿quién eres? ¿por qué has venido aquí?

– Tenemos bastantes horas de vuelo y lo importante ahora es que salgamos de aquí. Una vez en el aire podrás preguntarme lo que desees, y yo gustoso te responderé.

Claudia aceptó y miró al frente. Se fijó en el cielo. En pocos minutos iba a estar allí arriba, cerca de las nubes, a varios kilómetros de altura.

– ¿Preparada?

Claudia afirmó moviendo la cabeza. El joven pulsó unos pocos botones y empezó a accionar los diferentes controles para acelerar los motores. «Vamos a despegar directamente desde aquí. Hay que aprovechar el viento a nuestro favor para volver», explicó el joven justo antes de acelerar.

El sonido de los motores aumentó rápidamente y Claudia se sintió pegada a su asiento. El avión empezó a temblar a medida que aceleraba. El edificio del que Claudia había salido quedaba ya muy lejos, ahora solo veía desierto infinito correr a su lado. Sin que Claudia se diera cuenta su corazón empezó a latir con rapidez. Miró a su derecha y pudo ver al joven pilotando. Sonreía, pero ahora ya no podía fijarse en sus labios, que le provocaban múltiples sensaciones. En ese momento sólo podía ver si él hacía bien su trabajo, su función. Quería comprobar que ese chico sabía pilotar.

– ¿Estás bien? -preguntó el joven, pero Claudia no pudo responder. Se apoyó en su asiento y trató de tranquilizarse. El joven comprendió que a Claudia no le gustaba nada volar-. Tranquila, en cuanto menos te lo esperes estaremos en el aire.

Pero eso no pareció tranquilizarle a Claudia, que cerró los ojos y tembló. El avión empezó a inclinarse, y a continuación se despegó del suelo. Un hecho tan normal y corriente como el despegar de un avión convirtió a Claudia en una persona nerviosa, temblorosa. ¿Quién nos iba a decir que esa chica que por arte de magia apareció en la sala blanca tendría este pánico a volar?

Claudia mantenía los ojos cerrados, pero lentamente abrió uno de ellos. Quería cerciorarse que, efectivamente, estaban volando.

[Continuará]

3 Respuestas a “Pictadura 4

  1. Muy bonito e interesante, tiene al lector en suspense debido a que las circunstancias son fuera de lo normal. Se puede imaginar que un drama esta en el horizonte de la historia. Fabuloso! con tan pocas lineas el lector busca saber mas.

    Me gusta

Deja un comentario